No se lo dijo a sus amigos, pero se alegró de la prórroga electoral que trasladaba para el próximo año las elecciones en Cuba. Temía encontrar El Vedado lleno de pasquines y caravanas de automóviles recorriendo las calles y los anuncios políticos pagados en la radio y la televisión todo el tiempo. Era su tercer viaje a la isla en los últimos años. Volvió a alojarse en el hotel Alaska, en 23 y M, porque era céntrico y no tan caro como los más recientes, o como el Nacional, donde la habitación más barata costaba mil dólares la noche.
Construido en el último año de Castro, el Alaska fue el primer hotel edificado con capital de los exiliados de Miami. Sus habitaciones eran estrechas y no valía la pena comer en alguna de sus tres cafeterías o en los dos restaurantes, ni en el de la planta baja y tampoco en el del último piso, porque se aferraban a los platos típicos de los restaurantes y cafeterías cubanas de Miami. Quería aprovechar esos quince días para finalmente volver a caminar por la ciudad que había abandonado a los diecinueve años y solo vuelto a visitar en dos ocasiones posteriores: durante la feria del libro de 2009, dedicada a la literatura del exilio, y en 2010, en que le encargaron un reportaje sobre el boom de los carteles revolucionarios, que por entonces ya alcanzaban cifras astronómicas en las subastas neoyorquinas .
Luego de Nueva York, La Habana era la mejor ciudad que conocía para recorrer en noviembre, sin la lluvia de ese mes en Madrid, que siempre era impertinente y poco literaria —o con la estúpida pretensión cinematográfica que él y tantos otros tontos le atribuían— que siempre encontraba en París, y mucho menos tan fría como Viena o Berlín.
Aunque era temprano y faltaban muchas horas para que llegara la brisa del mar a refrescar la temperatura de La Rampa, a las diez de la mañana se podía caminar por esa calle, ancha y en bajada y nunca ajena. Disfrutar antes de que el sol de las doce la convirtiera en una franja hirviente y detenerse ante la entrada y los anuncios de los restaurantes y clubes multiplicados en cada piso de los edificios reconstruidos con furor meses antes de que la avalancha turística empezara a ceder y la ciudad se adaptara a ser un punto más del recorrido turístico que ofrecían los cruceros caribeños.
Al llegar a la esquina de 23 y O —donde en una época estuvo el Pabellón Cuba— cambió de idea porque parte de la calle estaba cerrada por un edificio en construcción y más abajo sabía que solo encontraría el mall de boutiques exclusivas que le recordaba demasiado a Ball Harbour. Regresó al hotel con tiempo para pedir el automóvil, que había alquilado la noche anterior, e ir hasta el restaurante La Carreta, en 12 y 23, donde esperaba encontrarse con Wilfredo Cancio para almorzar. Subió por 23, que estaba recién asfaltada y con un equipo moderno de semáforos, y disminuyó todo lo posible la velocidad para tener que detenerse en 23 y G. Ver brevemente el condominio que se alzaba donde una vez estuvieron el parque de John Lennon, el cine Riviera y El Carmelo de 23, y tratar de recordar que a veces cuando salía de la universidad hacía cola para merendar en El Carmelo. Pero no pudo, porque inmediatamente empezaron a sonar el claxon los autos que venían atrás y el tráfico compacto en sentido contrario le impedía ver mucho. Como la luz permaneció en verde, tuvo que seguir de largo.
Al llegar a Paseo sí lo cogió la roja y se detuvo y vio el colegio católico exclusivo para señoritas, donde sabía era imposible encontrar una en las aulas. Ella le había hablado que quizá mandaría allí a su hija por un año, si la situación en Cuba continuaba mejorando. Sabía lo que eso significaba: que el banco estudiaba trasladar para la isla la sucursal latinoamericana y posiblemente a ella como parte de la junta directiva. Sin embargo, ni una palabra sobre las posibilidades financieras empañó la conversación aquella noche. Ella se había limitado a decirle que quería que la niña estudiara en ese colegio, porque fue allí donde una de sus tías vivió como monja enclaustrada casi toda su vida. Era esa la tía que más quería y por la cual había sido novicia en España.
En La Carreta de 12 y 23 entregó el automóvil en el valet parking y no entró al restaurante sino caminó hasta la esquina para contemplar el edificio que por años había sido el Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos —adquirido primero por una firma dedicada al alquiler de locales para consultorios médicos— y la antigua Cinemateca de Cuba, cerrada para siempre porque ya estaban aprobados los planes para convertir toda la zona en el Centro Médico Atlantic —que se extendería por toda la manzana, entre las calles 23 y 25 y desde 11 hasta 12.
Cancio lo esperaba en La Carreta y se pusieron a hablar de amigos y excompañeros de trabajo del periódico de Miami. Wilfredo era subdirector de Libre, el periódico establecido en la isla por exiliados de Miami. Tras varios intentos iniciales —que en algunos casos duraron pocos meses y en otros semanas— la ciudad contaba con otros dos diarios además de Libre: Tribuna, donde se habían refugiado los periodistas más o menos fieles al anterior gobierno, y El Heraldo de Cuba, que aunque en gran parte se redactaba en la isla, se imprimía en Miami, de donde llegaba en el vuelo de las cinco de la madrugada para distribuirse por toda la isla. Tribuna era el órgano semioficial de la junta militar que regía el país y se mantenía en gran parte gracias a la publicación de los anuncios gubernamentales. Tirada e impresión eran pobres porque a nadie le interesaba apostar por un medio en extinción en la época de internet y solo sobrevivía gracias a un grupo cada vez más reducido de lectores ancianos. El Heraldo no era un periódico cubano, aunque estaba hecho para la isla, porque pertenecía a The Miami Herald. Estaba dividido en tres secciones noticiosas: una internacional, otra con informaciones de Miami —que reproducía el contenido de El Nuevo Herald, la edición en español para los hispanos del sur de la Florida que publicaba The Miami Herald— y la tercera con informaciones nacionales, elaborada en La Habana. Libre era el único órgano de prensa realmente independiente y donde él publicaba al menos uno o dos artículos todos los meses. Al final los tres periódicos no se diferenciaban mucho. No eran más que un ejercicio de nostalgia surgido con el llamado “cambio de gobierno” que no era tal y el arrastre de esperanzas que sus directores, anunciantes y periodistas en general sabían nunca serían alcanzadas. Por lo demás, los cubanos solo se interesaban en Facebook, YouTube y hasta los blogs iniciales de la disidencia y contra disidencia habían desaparecido desde hacia algún tiempo.
—Dieron un pretexto para posponer las elecciones: que era imposible instalar este año el sistema de máquinas de votación.
—Sí, lo supe en Miami.
—El periódico ha comenzado una campaña de protesta. Este país lleva casi setenta años sin que se realicen unas elecciones libres. No se puede esperar más.
—Parece que quieren un sistema similar al de Estados Unidos.
—Las “máquinas chupasangre”.
—El “Sistema Ashcroft”. Fue él quien lo propuso cuando volvió a ocupar la Secretaría de Justicia, durante el tercer período de Bush. Por entonces ya era normal que los miembros del Gabinete “hablaran en lengua” durante las reuniones. Por eso lo quitaron en 2004 y por la misma razón lo repusieron en 2008.
—Por suerte murió. No me acostumbro a que estemos gobernados por un “consejo de ancianos ”, que dictan leyes de acuerdo a los preceptos bíblicos.
—Bush dice que no va a seguir en el poder, que le va a traspasar el mandato a su hermano. Una familia con suerte.
—La dinastía perfecta.
—De todas formas, si no es Jeb, Bush se queda por un quinto mandato. Si convenció para cambiar la Constitución en un par de ocasiones, no hay excusa legal para impedir que continúe reeligiéndose.
—Algunos piensan que a lo mejor Martínez llega a la presidencia.
—Un cubano en la Casa Blanca.
—Parece que tiene el apoyo de la Coalición Cristiana.
—Nadie sabe para quien trabaja. Todo el mundo pensó que Schwarzeneger sería el primer extranjero que llegaría a la presidencia, tras ese otro cambio constitucional.
—Lo usaron para lograr la tercera reelección, tras la muerte de Cheney. Quién iba a decir que solo sería vicepresidente por dos años.
—Una muerte muy conveniente. Dicen que fueron los esteroides, que finalmente le pasaron la cuenta.
—Después de la muerte de Arafat, quedó claro que a cualquiera podía atacarle una “enfermedad misteriosa” en cualquier momento.
—No queremos ese sistema de votación para Cuba. Es una forma de intimidación, en el mejor de los casos.
—Garantiza que no voten los muertos, como ocurrió varias veces en Miami.
—Sí, pero eso de que la máquina de votar tome una muestra de tu sangre y almacene luego tu información genética, además del chip instalado en tu cuerpo que las compañías aseguradoras te obligan a llevar, hace que en Estados Unidos todo el mundo viva bajo el temor de que te espían constantemente hasta tus movimientos más mínimos.
—No duele. El pinchazo no se siente.
—No jodas. Tú sabes lo que yo digo.
—Cancio, el mundo avanza cada vez más hacia el totalitarismo establecido en USA. Los estadounidenses primero cambiaron su libertad por la promesa de seguridad. Luego, cuando se repitieron los ataques terroristas, se dieron cuenta que el miedo iba a regir todos los aspectos de su vida. Por eso votaron por Bush cuatro veces. Volverían hacerlo por quinta vez. No hay nada que hacer, por lo menos durante los próximos doscientos años.
—No queremos que eso ocurra en Cuba.
—Acuérdate que aún aquí gobierna una junta militar. Y por lo que parece no se sabe por unos cuántos años todavía.
—No hay comparación con Venezuela, Brasil y Argentina.
—Es cierto, pero en un sentido negativo. El problema es que esos países pasaron de un respiro democrático, la caída en gobiernos de una izquierda moderada y corrupta como Brasil y Argentina, y francamente dictatorial como Venezuela y luego la vuelta a dictaduras militares, que por cierto ahora tienen excelentes relaciones con Cuba Dieron medio paso al frente y varios hacia atrás, para enmendarle la plana al viejo Lenin. Si tú quieres, aquí se está intentando dar un paso al frente, pero gateando, siempre gateando. No hay que olvidar eso.
—Alguna gente está volviendo. Dicen que ahora en Cuba hay más libertad que en Estados Unidos.
—Es cierto. Ustedes no tienen todavía un Departamento de Información. Anularon el servicio militar obligatorio, que allá instalaron de nuevo. No han cerrado por completo las fronteras. Pero en parte son las ventajas de vivir en un país chiquito.
—Europa se resiste.
—Porque al final han vuelto a ser países chiquitos al lado de Estados Unidos. Para ellos fue una bendición que fracasara la integración europea, que esta se convirtiera en una organización tan inútil como Naciones Unidas. Pero tampoco la tienen fácil. Alemania es cada vez más peligrosa. Se murió Le Pen, pero su partido acaba de ganar las elecciones en Francia. Gran Bretaña volvió a marchar sola, como siempre. Tras la nueva invasión a Irán y la Segunda Guerra Terrorista, no hay partido político que llegue al poder en Europa si no promete continuar con la política de cierre de fronteras a los inmigrantes. Rusia, por su parte, ha recuperado más de la mitad de los territorios que se independizaron tras el desmembramiento de la Unión Soviética. Ya Letonia, Estonia y Lituania han vuelto a formar parte de la Gran Rusia. ¿Quién se acuerda de Georgia como nación? Solo Ucrania ha podido resistir hasta ahora el avance de Putin. China se ha convertido en más o menos la primera potencia mundial. Estados Unidos es cada vez más un calco chino y no la potencia de libertad que era. Ya no se copia el viejo modelo democrático sino el nuevo sistema totalitario.
—Son muchas guerras seguidas. Estados Unidos se ha desgastando.
—Desgastado en muchos sentidos, sobre todo en lo económico, pero fortalecido cada vez más en el control ciudadano. Desde hace cuatro años no hay una protesta antibelicista. Las últimas fueron durante la segunda guerra con Siria. Ahora estamos a punto de invadir a Irán y nadie protesta.
—¿Te has vuelto republicano?
—Más bien me cansé de ser democrático, porque demócrata nunca fui. En la última elección por poco los demócratas sacan menos votos que los ecologistas. Se lo merecen. Obama y Clinton y Biden hundieron a ese partido, ninguno de los tres llegó a la Casa Blanca. A Dean lo mataron también.
—¿Es la maldición de Elián?
—¿Te acuerdas de “cuando luchamos por Elián”.
—El periódico me mandó con una bicicleta de regalo por su cumpleaños, y tuve que cargarla y luego ni la miró. Qué locura.
—¿Sigue queriendo cantar?
—¿El presidente que se atrevió?
—No le fue mal en los seis meses que le duró. La junta tuvo que quitarlo por el escándalo de “Isla Atrevida”. Por poco vende Isla de Pinos completa.
—No hubiera pasado nada si no es que se descubre que Donald Trump, el que quiso ser presidente, era uno de los inversionistas. No era una mala idea.
—Una vuelta a aquello de “Hay dulces para todos”.
—“Hay dulces culos para todos”. “Hay bollos dulzones para todos”. “Hay dulcísimas pingas para todos”. “Hay de todo para endulzar a todos”.
—¿Hay un burdel para uno?
—Tres. Pero te recomiendo La Casa Marthina. Es una vieja tortillera. La llaman “La Turca”. Aunque algunos dicen que no vino de Turquía sino de Bulgaria. Hay quien afirma que fue un marine quien la trajo de Siria. Durante los últimos cuatro años, este país se ha convertido en un imán para las putas de todo el mundo. Cómo si no bastara con las cubanas. Primero fueron las adolescentes rusas, búlgaras, polacas, checas, la mayoría de ellas con un abuelo o abuela cubana. Nacieron en Europa o en Rusia, pero vinieron aquí a “conocer a sus antepasados” y luego se quedaron complaciendo a los turistas. Hasta el año pasado el negocio estaba en manos de los chinos casi por completo. Lo que era antes Centro Habana ahora es conocido como La Pequeña China. Pero el negocio está cada vez más en mano de los árabes, que controlan tanto la prostitución masculina como la femenina. Tienes que hacer la cita por internet. Dame un par de días para verificar el password de entrada al sitio, porque “La Turca” lo cambia constantemente.
Al salir de La Carreta de 23 y 12 buscó Zapata, dobló frente al Cementerio de Colón y pasó por la Canastilla Cubana y El Dorado y las otras mueblerías que se habían establecido en esa calle cuando resultaba barato comprar varias casas semiderruidas, acabar de echarlas a piso y edificar grandes almacenes. Escuchaba Here Come The Honey Man y luego The Pan Piper y luego Solea y dejaba que el lamento de los metales invadiera el automóvil y creciera en ese lamento más agudo de la trompeta de Miles Davis en contraste con las flautas y el pícalo y el arpa que puntuaba las notas, bordándolas para una melodía delicada y fuerte como un encaje metálico, que cobraba fuerza a medida que el drummer iba imponiendo el ritmo en la caja y el encaje se transformaba en la cota de un guerrero que marchaba a la guerra y el redoble incesante cobraba fuerza y el soldado avanzaba hacia la muerte sin saber siquiera que las tumbas quedaban detrás. Imaginó entonces que le hubiera gustado que el drummer fuera Barretico, al que nunca conoció pero del que le hablaba su hermano —pese a que no le gustaba la música cubana, la que nunca oía— y al que admiraba por un par de grabaciones que sabía no tenían nada que envidiarle a Art Blakey o a Phillis Joe Johns o a Max Roach, a los que sí conocía, aunque sabía que jamás escribiría de él —no porque no le gustara la música cubana sino porque ya su hermano lo había hecho— y se olvidó de Miles que seguía acentuando las notas y de los metales en crescendo y dejó que el redoble obsesivo y los cambios de ritmo del baterista que cuadraba y descuadraba el obstinato de la orquesta fueran por un momento la razón de vivir. ¡Miles Davis! ¡Quincy Jones!
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